
En aquel tiempo, Jesús dijo esta parábola a algunos que se confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás:
«Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior:
“¡Oh Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”.
El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo:
“Oh Dios!, ten compasión de este pecador”.
Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».
Vídeo del evangelio: https://www.youtube.com/results?search_query=valivan+publicano
Hoy Jesús nos cuenta una historia corta y muy importante sobre dos señores que fueron al Templo, el lugar donde se reza a Dios.
Jesús nos presenta a dos personas con trabajos muy diferentes:
El Fariseo: Imaginen a un señor que sabía muchísimo de las reglas de Dios. Se esforzaba por cumplir todas las leyes y, a veces, pensaba que era mejor que los demás porque hacía muchas cosas buenas.
El Publicano: Este era un señor que trabajaba cobrando impuestos. En aquellos tiempos, la gente no los quería porque a veces cobraban de más. Se podría decir que no tenían buena fama y se sentían un poco solos.
El Fariseo se puso delante de todos y rezó en voz alta, pero solo pensando en lo bueno que era. Decía: "¡Gracias, Dios, porque no soy como el resto de la gente! No soy como ese Publicano que está ahí atrás. Yo ayuno y doy mucho dinero al templo". Estaba muy orgulloso.
El Publicano, en cambio, se quedó atrás, agachó la cabeza, y no se atrevía ni a mirar al cielo. Solo se golpeaba el pecho y decía con mucha pena: "¡Dios mío, ten compasión de mí, que soy un pecador!".
Jesús nos dice que el Publicano, el que se sintió pequeño, fue a su casa perdonado por Dios. ¿Saben por qué? Porque Dios no mira si somos muy listos o si hacemos muchísimas cosas perfectas. Dios mira nuestro corazón. El Fariseo estaba tan lleno de orgullo y de pensar que era el mejor, que no dejó espacio para que Dios lo ayudara a ser mejor.
En cambio, el Publicano fue humilde. La humildad es reconocer que a veces nos equivocamos y que necesitamos a Dios. Él le dijo: "Perdóname y ayúdame". Por eso, Dios lo escuchó y lo perdonó.
Jesús nos enseña: si somos humildes, Dios nos ayuda; si somos orgullosos, nos quedamos solos.
Cuando has hecho algo mal (como enfadarte con un amigo o desobedecer), ¿te cuesta trabajo decir "perdón" o lo dices enseguida con el corazón?
El Fariseo rezaba así: "Gracias, Dios, porque soy mejor que los demás. No soy un ladrón como aquel Publicano. Yo cumplo, doy dinero, ayuno...". En el fondo, se estaba felicitando a sí mismo. El Publicano, en cambio, se quedó atrás, cabizbajo y solo dijo: "Dios, ten compasión de mí, que soy un pecador." No presumió, solo reconoció su necesidad.
Jesús dice que el Publicano fue el que regresó a casa justificado (es decir, perdonado y aceptado por Dios). La enseñanza es clara: Dios rechaza la prepotencia. Si vamos por la vida creyéndonos más guays o más espirituales que el resto, no dejamos espacio para que Dios nos cambie. Él nos pide humildad: reconocer nuestros fallos (nuestros "pecados") y saber que necesitamos Su ayuda.
No es lo que haces, sino cómo te sientes ante Dios: ¿Con arrogancia, o con la sinceridad de quien pide ayuda?
¿Te cuesta reconocer cuando te has equivocado, o te es más fácil echarle la culpa a otros? ¿Cómo cambia tu actitud (tu rollo) si le pides perdón a Dios de verdad?