marzo 27

5 trucos para que los niños sean ordenados

Educar para que sean ordenados es cuestión de crear un hábito y generalizarlo. Son muchos los beneficios que obtenemos al educar para que sean ordenados.

1. Involucrarse. Si bien a partir de cierta edad organizarse debe ser una responsabilidad del propio niño, los expertos afirman que ser capaz de hacerlo no es un don natural sino una habilidad que se adquiere con la práctica. Por eso, los padres deben formar parte del proceso hasta que el pequeño haya desarrollado esa habilidad.

2. No atribuir la desorganización a la pereza. A veces se cree que la falta de orden se debe a características como la pereza, la apatía o la irresponsabilidad. Sin embargo, el consejo es considerar la organización como una asignatura más, que se aprende y se mejora, como la lectura o las matemáticas. De ahí que se sugiera no reprender al niño ni enfadarse con él, sino alentarlo a que afronte el reto y mejore su rendimiento.

3. No centrarse en lo negativo. Los pequeños con problemas de organización a menudo están acostumbrados a recibir mensajes negativos del tipo «¿tanto te cuesta hacerlo bien?» o «si sigues así no llegarás a nada cuando seas mayor». Aunque estos mensajes carezcan de mala intención, sí pueden tener resultados negativos: minan la autoestima de los menores. Es importante priorizar las palabras positivas con los niños y valorar su esfuerzo, incluso cuando no obtengan los mejores resultados.

4. No tratar de cambiar todo de una vez. Como ocurre con otras habilidades, adquirir la del orden es un proceso, un camino. Pretender que de repente el pequeño sea ordenado en todo lo que hace no es un objetivo realista. Lo apropiado es comenzar poniendo el foco en una determinada acción y centrarse en que la cumpla, sin poner tanta atención en lo demás. Cuando esa primera acción se haya incorporado, será momento de pasar a la siguiente.

5. No esperar a que mejoren las notas para premiar al niño. Muchos menores desorganizados están acostumbrados a que se les riña o a que se les recalquen cosas negativas cada vez que cometen un error, pero no a que les digan cosas positivas cuando hacen algo bien. Hay que procurar que tengan una recompensa (que no tiene por qué ser material) con cada pequeño logro: constituye la mejor motivación para seguir esforzándose y alcanzar nuevos objetivos.

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marzo 19

7 maneras con las que fomentar la autonomía en los hijos

«Mamá, no como si tu no me das”, “Papá, no encuentro mi muñeca”, “Vísteme  que yo no puedo”. Cuántas veces escuchamos frases como éstas y nos  quejamos de que nuestros hijos son demasiado regalones o mimados,  pues requieren que estemos permanentemente a su lado para hacer frente  a las situaciones de la vida cotidiana. Por una parte estas demandas  continuas agotan a los papás que se sienten sobre exigidos y, por otro lado, dan  cuenta de un bajo nivel de autonomía por parte del niño.
Fomentar el desarrollo de la autonomía en la edad preescolar es una de las  maneras a través de la que los padres  podemos favorecer la confianza del niño en sí mismo, ya que lo ayudamos a descubrir que efectivamente cuenta
con las capacidades necesarias para desenvolverse en su vida cotidiana. Así  mismo, si el niño es más autónomo, los propios padres se sentirán más aliviados  respecto a las tareas de la vida diaria.

El desarrollo de la autonomía es una de las tareas evolutivas claves en la  etapa preescolar, ya que es a partir de los dos años cuando el niño adquiere  nuevas destrezas que le permiten desempeñar un rol mucho más activo en  relación a su ambiente. Desde esta los niños buscan ser independientes y es  nuestro desafío como padres saber alentar esta disposición natural del pequeño.
Siete formas en que podemos fomentar la autonomía en la edad preescolar.
1. Aceptar la necesidad de independencia del niño y no sentir que nuestra  autoridad se ve amenazada por ello.
En la medida en que los hijos van creciendo, es necesario flexibilizar algunas  normas que eran importantes cuando el niño era más chico, con el fin de  darle más espacios para desarrollarse. Por ejemplo, cuando un niño va a la plaza  con su mamá y quiere ir a jugar con un grupo de niños que están en los  columpios. La mamá tiene establecido que debe quedarse cerca de ella y no lo  deja acercarse a los otros niños. Ella piensa que el niño todavía es demasiado  chico y que debe estar siempre a su lado, por lo que termina inhibiendo la  necesidad de independencia del pequeño.
¿Qué podría hacer la mamá?
Ella debe aceptar que el niño ha crecido y que tiene un legítimo interés por  acercarse y compartir con otros niños. Podría decirle que está bien que vaya a  los columpios con los otros niños y que ella estará sentada en un banco cercano
por si la necesita.
2. Centrar la educación en el refuerzo de las capacidades del niño y sus  logros y no tanto en las restricciones o prohibiciones.
Para fomentar la autonomía del niño, es necesario darle nuevos espacios de  acción que le permitan explorar su entorno y practicar sus nuevas  destrezas. Por ejemplo, una niña activa y curiosa que está siempre investigando  lo que hay a su alrededor, cómo funcionan las cosas, abriendo y cerrando  cajones, subiéndose arriba de árboles y muebles. Sus papás están  desesperados ya que ella “no para” ni por un segundo y están permanentemente  retándola y diciéndole que deje de hacer esto o pare de hacer lo otro.
¿Qué podrían hacer?
Establecer algunos espacios prohibidos que presenten un real peligro para la  niña. Pero cuando la niña esté abriendo algún cajón para “investigar” lo que hay  adentro, el papá podría ayudarla y guiar su exploración en vez de retarla e  inhibir su curiosidad natural. Por ejemplo, podría hacerle preguntas respecto a  qué cosas le llaman la atención, para qué cree que sirve algún determinado  objeto, etc.
3. Involucrar al niño en tareas de la vida cotidiana y darle algunas  responsabilidades.
Desde que el niño es muy pequeño se le puede pedir su colaboración  en actividades sencillas de la vida cotidiana, tales como poner la mesa, ayudar  a separar la ropa por colores para el lavado, juntar los calcetines del mismo par,  ordenar algunas cosas de cocina. De este modo lo estimularemos a desarrollar  diversas capacidades y al mismo tiempo lo haremos sentir parte importante de  la vida familiar. Por ejemplo, cuando los padres están preparando un almuerzo
familiar y como consideran al niño muy chico lo mandan a ver televisión de  manera de que no moleste y los deje trabajar tranquilos.

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marzo 5

Lo que le puede pasar a tu hijo de mayor si no aprende a gestionar la frustración

*Los niños que no toleran las desilusiones pueden convertirse en adultos «emocionalmente discapacitados». Así puedes evitarlo.
De forma muy genérica, cuando hablamos de tolerancia a la frustración estamos definiendo la amarga sensación de impotencia, rabia y tristeza por no conseguir aquello que deseábamos. La frustración es una emoción percibida como negativa cuando no se llega a cumplir un proyecto, una ilusión, un deseo.

Los niños, especialmente los más pequeños, tienen conductas que son consideradas por los adultos como egoístas o egocéntricas. Y, efectivamente, así es, sin embargo, es necesario quitarle a esa forma de comportarse la connotación social o el juicio peyorativo que nosotros ponemos. Este forma parte del desarrollo normal del ser humano que va alcanzando progresivamente mayores niveles de madurez neurológica, tanto a nivel motriz como intelectual o cognitivo. Entre los tres y los seis años, los niños se consideran el centro del mundo, los demás no existen. A esta edad la capacidad empática es aún un proceso muy precario e indefinido y no es hasta los seis años cuando se inicia la etapa de la empatía cognoscitiva o la capacidad de ver las cosas desde la perspectiva del otro, que alcanzará su madurez definitiva en torno a los 10-12 años con la empatía abstracta o social.

Saber esto ayuda a entender la razón por la cual los niños pequeños se comportan de forma narcisista. Ahora bien, de la misma forma que nacemos programados para el lenguaje, pero necesitamos del entorno para producirlo, también necesitamos aprender a ser empáticos y a tolerar la frustración con ayuda de los demás. Con especial protagonismo de los padres que son los referentes fundamentales en edades tempranas.

En este sentido, resulta frecuente ver cómo hay una polarización en la forma de gestionar esta habilidad en los niños. Todos conocemos padres que opinan que a los niños se les debe evitar cualquier frustración, pues ya la vida se encargará de “hacerles sufrir”. También están los del lado opuesto que tienden a frustrar de forma intencional al niño en la creencia de que eso “confiere carácter” y así aprenderán a enfrentar la vida que es muy dura. Es decir, infraprotección frente a sobreprotección.

En ese continuo habitamos la mayoría de padres, más cerca de uno u otro polo, dependiendo de la situación, del carácter del niño, de la forma en que fuimos educados, de nuestro estado de ánimo en ese momento, cansancio, etc. Es decir, sin una línea consistente de actuación en algo tan básico como es ayudar a nuestros hijos a manejar una de las habilidades emocionales más predictoras de éxito o de fracaso vital.

Algunos de los comportamientos típicos de niños que no han aprendido a gestionar la frustración son:
*Agresividad: reaccionan de forma agresiva o con rabietas cuando sienten frustración.
*Abandono de la tarea, no persisten.
*Impaciencia e impulsividad.
*Búsqueda de refuerzo o gratificación inmediata.
*Demandan de forma exigente.
*Pensamiento polar o radical, poca flexibilidad.
*Intolerancia al error o al fracaso.
*Dificultad para adaptarse a los cambios.
*Ansiedad.
*Inseguridad.

La vida frustra. Por ello es imprescindible tolerar la frustración y eso se aprende. Hay niños con tendencias de personalidad que estarán más predispuestos y otros más resistentes, pero esta es una aptitud, una habilidad que como tantas otras necesita modelaje y herramientas para ser incorporada.

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febrero 10

Los niños necesitan ser felices, no ser los mejores

Vivimos en una sociedad altamente competitiva en la que parece que nada es suficiente y tenemos la sensación de que si no nos ponemos las pilas, nos quedaremos rápidamente atrás, siendo barridos por los nuevos adelantos.

Por eso, no es extraño que en las últimas décadas muchos padres hayan asumido un modelo de educación sustentado en la hiperpaternidad. Se trata de padres que desean que sus hijos estén preparados para la vida, pero no en el sentido más amplio del término sino en el más restringido: quieren que sus hijos tengan los conocimientos y las habilidades necesarias para hacerse de una buena profesión, obtener un buen trabajo y ganar lo suficiente.

Estos padres se han planteado una meta: quieren que sus hijos sean los mejores. Para lograrlo, no dudan en apuntarles en disímiles actividades extraescolares, allanarles el camino hasta límites inverosímiles y, por supuesto, empujarles al éxito a cualquier costo. Y lo peor de todo es que creen que lo hacen «por su bien».

El principal problema de este modelo educativo es que añade una presión innecesaria sobre los pequeños, una presión que termina arrebatándoles su infancia y crea a adultos emocionalmente rotos.

Los peligros de empujar a los niños al éxito

Bajo presión, la mayoría de los niños son obedientes y pueden llegar a alcanzar los resultados que sus padres les piden pero, a la larga, de esta forma solo se consigue limitar su pensamiento autónomo y las habilidades que le pueden conducir al éxito real. Si no le damos espacio y libertad para encontrar su propio camino porque le colmamos de expectativas, el niño no podrá tomar sus propias decisiones, experimentar y desarrollar su identidad.

Por eso, pretender que los niños sean los mejores encierra graves peligros:

Genera una presión innecesaria que les arrebata su infancia. La infancia es un periodo de aprendizaje, pero también de alegría y diversión. Los niños deben aprender de manera divertida, deben equivocarse, perder el tiempo, dejar volar su imaginación y pasar tiempo con otros niños. Esperar que los niños sean “los mejores” en determinado campo, poniendo sobre ellos expectativas demasiado elevadas, solo hará que sus frágiles rodillas se dobleguen ante el peso de una presión que no necesitan. Esta forma de educar termina arrebatándoles su infancia.

Provoca una pérdida de la motivación intrínseca y el placer. Cuando los padres se centran más en los resultados que en el esfuerzo, el niño perderá la motivación intrínseca porque comprenderá que cuenta más el resultado que el camino que ha seguido. Por tanto, aumentan las probabilidades de que cometa fraude en el colegio, por ejemplo, ya que no es tan importante lo que aprenda como la nota que consiga. De la misma manera, al centrarse en los resultados, pierde el interés por el camino, y deja de disfrutarlo.

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febrero 2

¿QUÉ PUEDEN HACER LOS NIÑOS EN CASA SEGUN SU EDAD?

Los niños también deben participar. Por supuesto, al principio tendrás que guiarles un poco y tener mucha paciencia pero a la larga ese trabajo se verá recompensado ya que incluir a tus hijos en las tareas del hogar no solo te restará trabajo sino que también sirve para desarrollar su autonomía y sentido de la responsabilidad.

Las tareas del hogar que tu hijo debería hacer según su edad

2 a 3 años
•Recoger sus juguetes y guardarlos
•Colgar su chaqueta y guardar sus zapatos
•Sacar y guardar los alimentos de los cajones inferiores
•Colocar los vasos de plástico y las servilletas en la mesa
•Retirar su plato y su vaso de la mesa y colocarlos en la encimera de la cocina

4 a 5 años
•Dar de comer a la mascota
•Poner y quitar la mesa
•Alcanzarte los alimentos de los estantes más bajos en el supermercado
•Colocar las sillas correctamente al terminar de comer
•Clasificar los cubiertos limpios en el cajón
•Ayudar a recoger las hojas de los árboles en el jardín
6 a 7 años
•Mantener su habitación ordenada
•Preparar la ropa que usará al día siguiente
•Ayudar a colocar los cubiertos, vasos y platos en el lavavajillas
•Escribir la lista de la compra que le dictes
•Contestar al teléfono adecuadamente

8 a 9 años
•Hacer su cama, aunque no quede perfecta
•Sacar la basura
•Arrancar las malas hierbas del jardín
•Barrer el suelo y ayudar a pasar la aspiradora
•Clasificar la ropa sucia por colores
•Guardar la ropa limpia en el armario

10 a 11 años
•Mantener su armario y los cajones bien ordenados
•Cambiar las toallas sucias y colocar las limpias
•Recoger el correo
•Dar de comer a un hermano pequeño
•Poner en marcha la lavadora o el lavavajillas

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enero 12

Lo que le puede pasar a tu hijo de mayor si no aprende a gestionar la frustración

De forma muy genérica, cuando hablamos de tolerancia a la frustración estamos definiendo la amarga sensación de impotencia, rabia y tristeza por no conseguir aquello que deseábamos. La frustración es una emoción percibida como negativa cuando no se llega a cumplir un proyecto, una ilusión, un deseo.

Los niños, especialmente los más pequeños, tienen conductas que son consideradas por los adultos como egoístas o egocéntricas. Y, efectivamente, así es, sin embargo, es necesario quitarle a esa forma de comportarse la connotación social o el juicio peyorativo que nosotros ponemos. Este forma parte del desarrollo normal del ser humano que va alcanzando progresivamente mayores niveles de madurez neurológica, tanto a nivel motriz como intelectual o cognitivo. Entre los tres y los seis años, los niños se consideran el centro del mundo, los demás no existen. A esta edad la capacidad empática es aún un proceso muy precario e indefinido y no es hasta los seis años cuando se inicia la etapa de la empatía cognoscitiva o la capacidad de ver las cosas desde la perspectiva del otro, que alcanzará su madurez definitiva en torno a los 10-12 años con la empatía abstracta o social.

Saber esto ayuda a entender la razón por la cual los niños pequeños se comportan de forma narcisista. Ahora bien, de la misma forma que nacemos programados para el lenguaje, pero necesitamos del entorno para producirlo, también necesitamos aprender a ser empáticos y a tolerar la frustración con ayuda de los demás. Con especial protagonismo de los padres que son los referentes fundamentales en edades tempranas.

En este sentido, resulta frecuente ver cómo hay una polarización en la forma de gestionar esta habilidad en los niños. Todos conocemos padres que opinan que a los niños se les debe evitar cualquier frustración, pues ya la vida se encargará de “hacerles sufrir”. También están los del lado opuesto que tienden a frustrar de forma intencional al niño en la creencia de que eso “confiere carácter” y así aprenderán a enfrentar la vida que es muy dura. Es decir, infraprotección frente a sobreprotección.

En ese continuo habitamos la mayoría de padres, más cerca de uno u otro polo, dependiendo de la situación, del carácter del niño, de la forma en que fuimos educados, de nuestro estado de ánimo en ese momento, cansancio, etc. Es decir, sin una línea consistente de actuación en algo tan básico como es ayudar a nuestros hijos a manejar una de las habilidades emocionales más predictoras de éxito o de fracaso vital.

Algunos de los comportamientos típicos de niños que no han aprendido a gestionar la frustración son:
Agresividad: reaccionan de forma agresiva o con rabietas cuando sienten frustración.
Abandono de la tarea, no persisten.
Impaciencia e impulsividad.
Búsqueda de refuerzo o gratificación inmediata.
Demandan de forma exigente.
Pensamiento polar o radical, poca flexibilidad.
Intolerancia al error o al fracaso.
Dificultad para adaptarse a los cambios.
Ansiedad.
Inseguridad.

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diciembre 11

Padres brillantes que emocionan a sus hijos

Hay padres buenos, buenos padres y padres brillantes. Entendiendo y respetando las diferentes formas de educar, tan variadas y variopintas como padres existen, la gran mayoría quieren lo mejor para sus hijos, les aman y desean que sean felices. Para eso establecen unas normas y límites que funcionan en cada hogar, creando un sistema único. Una dinámica que será diferente para cada familia. Esa dinámica puede verse modificada y los adultos han de identificar cuándo necesita una revisión.

Las normas y límites que establecen los padres en cada núcleo familiar han de ser claros y directos, además de firmes. Por otro lado, han de revisarse y renovarse cuantas veces sea necesario. Eso sentará las bases de la dinámica familiar propia de cada sistema, que variará en función de la etapa en la que se encuentre y generará un flujo de situaciones. Unas situaciones que estarán a su vez aderezadas de emociones y salpicadas de imprevistos, y constituirán el caldo de cultivo del desarrollo psicoemocional de cada uno de los miembros de la familia.

Buenos padres y padres brillantes

Augusto Cury , médico psiquiatra, terapeuta y escritor, en su libro Padres brillantes, maestros fascinantes, nos da claves para educar jóvenes felices, proactivos, seguros e inteligentes. Además, analiza siete hábitos de los buenos padres y de los padres brillantes.
Los niños necesitan padres que hablen su lenguaje y sean capaces de penetrar en sus corazones.

1.- Los buenos padres dan regalos mientras que los padres brillantes dan todo su ser

Los buenos padres satisfacen, en la medida que sus recursos se lo permiten, los deseos de sus hijos: les compran ropa, juguetes, les hacen fiestas de cumpleaños, les llevan de viaje… Los padres brillantes les dan algo más valioso, algo que no no se compra con dinero, les dan todo su ser, su historia, sus experiencias, comparten sus emociones, su tiempo. Este hábito de los padres brillantes contribuye a desarrollar en sus hijos autoestima, inteligencia emocional, capacidad de manejar las pérdidas y frustraciones, de dialogar y de escuchar.

2.- Los buenos padres alimentan el cuerpo de sus hijos, mientras que los padres brillantes alimentan su personalidad

Los buenos padres cuidan la alimentación de sus hijos para que sea saludable, los padres brillantes se preocupan por alimentar además la inteligencia y las emociones. Ser culto, tener una buena condición económica, una excelente relación conyugal y proporcionar buenas escuelas no es suficiente para la salud psicoemocional de los hijos. Hay que preparar a los hijos para SER, no para TENER. Este hábito de los padres brillantes contribuye a desarrollar en sus hijos seguridad, capacidad de liderazgo de reflexión, coraje, optimismo, la superación del temor y la prevención de conflictos.

3.- Los buenos padres corrigen los errores de sus hijos, los padres brillantes enseñan a pensar

Al corregir los fallos de los hijos y decir siempre lo mismo, estamos repitiendo palabras, quejas, y a ellos no les hace efecto. Únicamente generan agresividad, frustración y distancia. Hemos de sorprender a nuestros hijos. Emocionarles. Hacerles reflexionar. Este hábito de los padres brillantes contribuye a desarrollar en sus hijos conciencia crítica, capacidad de pensar antes de reaccionar, fidelidad, honestidad, capacidad de cuestionar y responsabilidad social.

“Si educa la inteligencia emocional de sus hijos con cumplidos cuando ellos esperan que les regañe, con palabras de ánimo cuando esperan una reacción agresiva, con una actitud afectuosa cuando esperan un ataque, quedarán encantados y lo registrarán con grandeza”  Daniel Goleman-

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noviembre 24

Resolución positiva de conflictos. Guía práctica para padres y madres.

El siguiente manual que compartimos nos encanta, su título; Resolución positiva de conflictos. Guía práctica para padres y madres.

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El contenido os va a encantar, trata temas tan importantes como; decir NO, NEGOCIACIÓN, las RESPONSABILIDADES, la prevención del CONSUMO DE DROGAS y por supuesto la GESTIÓN POSITIVA DE CONFLICTOS.
Editado, por la CONFEDERACIÓN ESPAÑOLA DE ASOCIACIONES DE PADRES Y MADRES DE ALUMNOS (CEAPA).
Esta guía aporta información para que padres y madres nos sintamos competentes, reciclemos nuestras fortalezas y aprendamos nuevas herramientas y habilidades para manejar los conflictos, para buscar cambios y mejoras, confiando en nuestras capacidades. Se podrán encontrar estrategias para relacionarse mejor, para potenciar el buen trato, para gestionar de forma positiva los conflictos, con la idea de mejorar la convivencia en familias con hijas e hijos de cualquier edad.
Un manual muy muy recomendable.

solucion-de-conflictos

file:///C:/Users/orientacion/Desktop/guia_resolucion_positiva_de_conflictos_ceapa.pdf

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noviembre 2

“Lo mejor de nuestras vidas “

Entrevista a la Dra. Lucía Galán Bertrand. Pediatra ganadora del Premio Bitácoras al mejor blog de salud e innovación científica 2015  “Lucía, mi pediatra” y  autora del exitoso libro Lo Mejor de Nuestras Vidas,  sin duda,  un  libro imprescindible para orientarnos  en la crianza y educación  de nuestros hijos.

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“No creo en trajes de talla única ni en fórmulas mágicas. Cada niño, cada familia tiene unas necesidades diferentes para ser feliz.“

Lucía,  ¿Qué ha tenido más peso al escribir tu libro, tu experiencia como madre o como pediatra?
Tras mucho pensar esta pregunta creo que a partes iguales. Soy mejor pediatra desde que soy madre. Nunca podría haber escrito este libro sin mi experiencia como madre. No concibo mi trabajo sin esa conexión que establezco con los padres desde mi yo-mamá. Me veo reflejada en muchos de ellos como sé que ellos se sienten identificados al escucharme. Es una sinergia maravillosa la que se establece y la que he intentando transmitir en “Lo mejor de nuestras vidas” a través de experiencias de mi propia maternidad.
-¿Sabemos los padres gestionar las emociones de nuestros hijos?
No nos enseñan a ello. Nos movemos por intuición, por valores y modelos aprendidos en nuestra infancia, por imitación. En ocasiones olvidamos nuestro propio instinto que quizá sea el más poderoso de ellos. Sin embargo, poco a poco vamos creando conciencia que esto también se aprende y que cada día podemos hacerlo un poquito mejor.

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octubre 23

¿Llevas la mochila de tu hijo/a?

Si la respuesta es sí, quizás te estés convirtiendo en un hiperpadre. ¿Y qué es eso? Si no sabes la respuesta, es normal, es un término que ha acuñado por Eva Millet, que ha escrito un libro con el título “Hiperpaternidad. Del modelo mueble al modelo altar”. Hay que ser algo más que padres y madres en la vida.

¿Qué significa? Es la forma de educar que tienen algunos padres basada en la sobreprotección y en hacer a sus hijos el centro de su vida.

¿Por qué pasa? Porque la sociedad está evolucionando hacia un modelo de educación con miedo a decir que no, a frustrarlos, a traumatizarlos… Vivimos en un mundo saturado de competencia, queremos evitar todo tipo de males y/o fracasos de nuestros hijos previéndolos con un exceso de control por nuestra parte que acaba agotándonos y gastando nuestra paciencia antes de tiempo. El ritmo de vida, el estrés, las prisas, también contribuyen a que se den estas dinámicas familiares. La falta de tiempo para no hacer nada, el pánico ante los huecos en el calendario de “hoy no tenemos ningún plan”.

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¿Cuáles son las consecuencias para los niños/as? Continúa leyendo

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