abril 28

El virus que enseñará a nuestros hijos a ser resilientes

Dice el proverbio que ningún mar en calma hizo experto al marinero. En efecto, las adversidades tienen la cualidad de volvernos más fuertes, si sabemos aprovechar las lecciones que traen ocultas tras la apariencia de infortunio. Aprovechar el tiempo que ahora sí tenemos para generar vínculos emocionales más fuertes y sanos con nuestros hijos. Una situación inusual que podemos exprimir para hacernos más fuertes y aprender el valor de la resiliencia.
La pandemia del coronavirus viene con una carpeta de lecciones interesantes bajo el brazo. Nos brinda un tiempo de receso y una oportunidad única para reconectar con nosotros mismos, con nuestros anhelos y temores y, como consecuencia, con los de nuestros hijos. “Ante una situación extrema, tenemos dos opciones: podemos venirnos abajo, desesperarnos y entrar en conflicto, o bien aprovecharlo para replantearnos aspectos de nuestras vidas, crecer emocionalmente y tejer vínculos más sanos entre nosotros y nuestra familia. Esto requiere tiempo, un tiempo que ahora sí tenemos”.
Conviene mirar al coronavirus como un maestro y plantearnos qué podemos aprender de una situación tan cruel y adversa. Y nos trae varias lecciones de vida impagables. “Primero: nos puede ayudar a cultivar nuestras fortalezas, aquello que nos mantiene estables en medio del temporal y nos ofrece tiempo interior, hacia adentro. Segundo: hemos comprobado cómo mejora la salud del planeta al estar confinados. Esto también es interesante. Tercero, y muy importante: nos ayuda a practicar la empatía, a desdramatizar nuestra situación, mientras lo más grave sea tener que quedarnos en casa. Porque, aunque tenga momentos dramáticos, debemos tener en cuenta que hay personas en situaciones más desesperadas que la nuestra, y valorarlo en su justa medida es una exigencia moral para con los que están pasándolo realmente mal”.
Todas estas y otras enseñanzas pueden ser compartidas en familia durante los días de confinamiento. De hecho, desde nuestros hogares, podemos observar cómo digieren nuestros hijos la situación e, incluso, aprender de ellos. Aunque los veamos como seres ingenuos y vulnerables, conviene explicarles qué está pasando de forma veraz para que puedan, por ellos mismos, desarrollar una virtud que les será muy útil en la vida adulta: la resiliencia. “Tenemos que decirles la verdad, que existen virus, que a veces mutan y pasan cosas como esta. Pero subrayando que no es el fin, sino que debemos tomar precauciones y quedarnos en casa para poder salir todos juntos de esta situación”.

Flexibilidad, pero con sentido común: por ejemplo, permitir un uso más prolongado de pantallas y redes, aunque limitándolo igualmente. ¿Cómo? Proponiendo actividades diferentes, y reservar algunas de ellas para fortalecer la comunicación emocional con la familia. “Por ejemplo, hablar de nuestros sueños o proyectos. Eso nos proyecta hacia el futuro y es muy necesario en ocasiones así y, además, nos da la oportunidad de establecer los pasos para llegar a ellos. También podemos hablar sobre la amistad y pensar en un buen amigo o amiga que haya hecho algo bueno por nosotros, y nosotros por él o ella, y darle las gracias”. Otra opción es conversar sobre lo que hace feliz a cada miembro de la familia, y pensar en qué podemos hacer hoy para hacernos felices mutuamente”. O sea, experimentar la felicidad de hacer feliz al otro.
Pero cuidado. Este no será un camino fácil. Habrá momentos difíciles, de tristeza, confusión, llanto, rabia o agobio que también merecen espacio y respeto, por ello no debemos esconder la vulnerabilidad, siempre y cuando quede clara la transitoriedad de esa emoción. “Lo que tienen que ver nuestros hijos es que el dolor es humano y normal, pero también que somos capaces de salir ahí porque tenemos en qué o en quién apoyarnos. Que se entra sin querer, pero se tiene que salir queriendo y dándole un sentido que nos haga más sabios y resistentes ante la vida”, detallando con precisión la importancia de este momento histórico para los pequeños.
¿Y los adolescentes? Desde luego, merecen un capítulo aparte. Los adolescentes han manifestado que les ha servido para reforzar la comunicación y el vínculo con sus padres. Aunque no lo demuestren, quieren muchísimo a su familia. También que si se encierran en su mundo es para conectarse con ellos mismos, porque también tienen miedo y sufren. Por eso, aunque no lo parezca, ellos también necesitan palabras de consuelo. “A los adolescentes hay que hablarles con mucha dulzura y amor porque, aunque nos pongan caras raras, su corazón sí lo registra”.
Empatía, responsabilidad, solidaridad, paciencia, autodisciplina, generosidad, altruismo, libertad y confianza en que esto pasará, que vamos a salir de esta. Estas son las fichas de aprendizaje que trae el coronavirus en su lección pandémica, y depende de nosotros aprovecharlas, si no todas, alguna de ellas, ya que nos ayudarán a ver la vida con otros ojos. “La vida es preciosa y vale la pena vivirla, a pesar de las dificultades, y por tanto debemos cuidar mucho nuestra vida y la de las personas que tenemos alrededor”.

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abril 22

VIVIR LAS EMOCIONES BASICAS ES EDUCAR EN LAS EMOCIONES

«No hay emociones positivas ni negativas. Todas las emociones son necesarias». 
10 emociones básicas:
El miedo “es el que nos permite estar vivos y tener prudencia” para traspasar los límites. No volvamos a decir a nuestros hijos que no tengan miedo sino que les contemos “cuándo sientes miedo y por qué y en qué situaciones el miedo te ayuda”.
La rabia o el enfado los sentimos cuando las cosas no salen bien y necesitamos aprender a controlarlo. El enfado tiene una misión muy importante: “me da energía para conseguir retos en nuestra vida y salvar los obstáculos”.
La sorpresa es una emoción fundamental en la educación: “tenemos que provocar en la educación de nuestros hijos que no pierdan el proceso de sorpresa”. Cuidar la sorpresa “significa provocar la sensibilidad y permeabilidad en la totalidad de los sentidos de nuestros hijos”. Una de las funciones de la sorpresa es “ser bisagra que me va a permitir cambiar de emoción”.
La culpa no se suele tener en cuenta dentro de las emociones básicas. Una culpa constructiva, “que lleva a la plataforma de acción de la reparación” y nos ayuda a “entender que el error es una oportunidad”. No seria  correcto plantear a nuestros hijos que actúen para el acierto. Planteemos a nuestros hijos que deben actuar para el error, para la resiliencia, para el fracaso”, porque “cuando aprendes del error y del fracaso podemos seguir adelante”. Por eso debemos “entender y trabajar la culpa como emoción en casa”.
La tristeza resetea el cerebro.  “Vuestro ordenador con doscientas ventanas abiertas al mismo tiempo y se peta. ¿Y qué haces? Reseteo”. La tristeza permite resetear, parar “porque no hay actividad química, parar para volver a empezar”.
El asco es necesario para “rechazar lo nocivo” y es una emoción que nos ayuda a “aprender a elegir y a rechazar”. Es una emoción que nos cierra.
La curiosidad nos salvará. Cuando un niño llega por la tarde a casa, no le pregunten qué ha aprendido, sino qué se ha preguntado. En lugar de enseñar consecuencias, tendríamos que preguntarnos por las causas.
La admiración hace que nuestros hijos “no aprenden nada de lo que les decimos, nos aprenden a nosotros”. Nos ubicamos como referentes, “por eso nos admiran y nos aprenden, te aprenden porque te aman y te aman porque te admiran y solo necesitan que tú los admires”.
La seguridad es importante “para arriesgar, equivocarse” y entender que no pasa nada si hay problemas o errores, porque “es una nueva oportunidad para empezar”. La seguridad es fundamental para “aprender y crecer, para dar nuevas oportunidades, y asegurar que estamos aquí, a su espalda, para contenerlos pase lo que pase, porque te quiero por quien eres y no por lo que haces”.
La alegría debe sazonar nuestro día a día. Por eso nos invita a reírnos al menos cinco veces al día “con ruido”. Se trata de disfrutar del momento, aprender a disfrutar del logro conseguido.


Las emociones más importantes para educar están dentro de la palabra CASA: y van a provocar que se dé esa educación afectiva y del afecto: curiosidad, admiración, seguridad y alegría.
Educar en las emociones y crear un buen vínculo.El amor es confianza, es decirle a tu hijo que yo creo en ti y que quiero que seas lo que tú quieras ser y que te quiero por quien eres, no por lo que haces”. Creer es crear y eso es educar. Solo desde estas emociones se crea el vínculo y todo queda definido.
Las claves para crear un buen vínculo con nuestros hijos son varias: otorgándoles un rol activo dentro de casa, debemos “ponernos en su lugar, piensa como él piensa, mira como él mira y aprende de él”. Nuestro hijo “casi siempre te mira a ti y te dice escúchame, sonríeme, dime que me quieres, aunque ya lo sepa”. Colocar normas y hábitos , “asumir nuestras responsabilidades” en lugar de culpar al otro.
“Nuestros hijos son cometas” que aprenden a volar primero dándose golpes, mientras tú sufres y “les aseguras que algún día podrán volar”. Finalmente vuelan y se sueltan “y te das cuenta de que has hecho bien tu trabajo”.

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