Una historia puede resultar rica, apasionante y absorbente sea cual sea el soporte elegido para su transmisión. Desde hace ya unos cuantos años, y a pesar de la incredulidad de muchos, los videojuegos vienen demostrando que pueden ser una plataforma excelente para difundir grandes relatos cuyo recuerdo quede grabado a fuego en nuestra memoria.
Aunque no todo el monte es orégano, no nos vamos a engañar, y en muchas ocasiones vemos que desde dentro de la propia industria se dilapidan buenas oportunidades de conseguir alcanzar un nivel narrativo que pueda ser comparable al de otras disciplinas más clásicas, lo cierto es que cada vez abundan más ejemplos de buenas prácticas en este sentido. No deja de ser una consecuencia lógica del acelerado proceso de madurez autoimpuesta en que vive sumergido este negocio.
A fin de cuentas, como formato el juego es capaz de ofrecer nuevas formas de entender la narración y la inmersión argumental que son absolutamente impensables en otros terrenos. Cada vez más desarrolladores se están dando cuenta de ello y están aprovechando sus virtudes para contar lo que tienen en mente, estableciendo en muchos casos inevitables conexiones con ficciones que ya habían sido escritas antes.
No hay nada de malo en que un autor admita sus referencias, y en el caso de muchos videojuegos éstas saltan a la vista sin ningún disimulo. Precisamente de ello me apetece hablar hoy: del innegable peso que tantas y tantas novelas han podido tener en multitud de títulos que hemos podido disfrutar durante los últimos años. Conocerlas nos ayudará a entender aún mejor dichos juegos y nos puede abrir las puertas para descubrir otros muchos universos en papel que también merece la pena visitar.
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